Introducción
Me llamo Soledad y soy autista con Trastorno por Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH). Tras un verdadero peregrinaje por especialistas, a mis 42 años me encuentro descubriendo realmente quién soy. Este es mi viaje de autodescubrimiento y aceptación, que espero pueda resonar con otros que estén en caminos similares.
El diagnóstico tardío y sus desafíos
Aunque me diagnosticaron TDAH a los 25 años, no comprendí su verdadero impacto en mi vida hasta mucho después. Ignorando que se trataba de una condición neurobiológica permanente e incurable, dejé el tratamiento al terminar mis estudios y me aventuré al mundo profesional. Deportes, yoga, naturaleza y mascota-terapia me mantuvieron en cierto equilibrio mientras aún tenía pocas responsabilidades. Cuando esos pilares empezaron a fallar sentí que no lograba hacer la mitad de mi trabajo, me angustiaba y empecé a buscar ayuda. Fueron años buscando respuestas, enfrentándome no solo a mis propias dificultades, sino también a los prejuicios sociales, laborales y médicos. Fue solo por porfiada que llegué a un diagnóstico real. Porque no me di por vencida. Porque esta vez sí tenía que abogar por mi misma y no acatar obedientemente más diagnósticos errados.
Una niña diferente
De chica era evidente que mis intereses y mi forma de ser no calzaban mucho con mis pares. Mucha lectura y gustos musicales “raros”, un cero en deportes y tendencia a recibir bullying. No me gustaban los niños. Incluso cuando estaba en el colegio. Siempre prefería juntarme con personas más grandes que yo. Sin ahondar demasiado en mi biografía, puedo decir que siempre me sentí como el “bicho raro” de mi entorno:
- Depresiva pero inteligente (según los profesores)
- Distraída en clase, pero capaz de absorber información sin mucho esfuerzo
- Podía recitar biografías de bandas de rock, pero luchaba con las rutinas cotidianas como ordenar, estudiar y hacer mis tareas.
Siempre pensé que no existían personas “normales” y que todos teníamos nuestras peculiaridades. Así viví siempre, cargando las mías sin sospechar que no era “normal” escuchar todas las conversaciones al mismo volumen o tener doce películas reproduciéndose en tu mente todo el tiempo. Nunca sospeché que la mayoría de las personas no dedican un minuto a pensar en cuánto contacto visual deben hacer para saludar “correctamente” a un desconocido. En el amplio espectro del autismo existen tantos colores como puedas imaginar y yo era uno de ellos.
La vida adulta y los desafíos sociales
Tímida, distraída y un poco sábelotodo, nunca sentí que tuviera un talento especial y me costó mucho decidir qué camino seguir. Irónicamente, estudié periodismo y terminé trabajando en Recursos Humanos, destacándome por capacidad de comunicación. Mis impecables habilidades como profesional me permitieron tener éxito, a pesar de haber estudiado dos carreras y poseer un CV poco ortodoxo. Aquellas capacidades, sin embargo, nunca se extendieron a mi vida personal. Me valía de “escenarios” para socializar y cuando no tenía un papel (la alumna, la periodista, la clienta, la encargada) y me tocaba ser yo misma.
No sabía que mi cerebro procesaba la información sensorial y las interacciones sociales de manera diferente y que eso explicaba mi dificultad para encajar en un mundo rápido y lleno de estímulos.
Mi vida adulta estuvo marcada por:
- Cierto desdén por algunas normas y convenciones sociales
- Ansiedad social al conocer personas nuevas
- Preferencia por la compañía de los animales
- Disimular mis desafíos por temor a ser descubierta como un fraude
El camino hacia la autoaceptación
Si estás leyendo esto, quizás ya tengas un diagnóstico o estés en etapa de sospecha. Donde sea que te encuentres en este camino, te aseguro que es el correcto. Aprender sobre tu neurodivergencia te ayudará a liberarte de juicios y creencias limitantes.
Es solo el comienzo, pero entenderás que no eres una persona floja, no eres irresponsable, no eres torpe ni te falta inteligencia. Cambiar ese discurso interno es el primer paso a empezar a vernos realmente y recuperar la autoestima.
Reflexiones finales
Crecer en un mundo neurotípico sin apoyos ni información puede desencadenar muchas dificultades. Te esfuerzas, imitas, repites y te escondes hasta que de pronto te das cuenta de que, no importa lo que hagas, estás exhausto y no puedes seguir funcionando como lo has hecho hasta ahora.
Nosotros, los neurodivergentes AuTDAH o TDAH en el Espectro Autista, nos hemos moldeado a las normas sociales a pura fuerza de voluntad. Digo “nosotros” porque sé que no estoy sola. Sin embargo, esta es solo mi experiencia personal. Aún trabajo para aceptarme y resignificar mis diferencias. Sé que no es un trastorno, pero me cuesta aún descubrir, entender y pedir las acomodaciones que requiero para ejecutar, especialmente porque algunas corren en contra de lo que el mundo espera de mi.
Decidí compartir mi experiencia como un caso más. Otra mente agotada que antes de abandonarse en la derrota quiso seguir preguntando. Insistiendo. Una más, igual que tú. Tu viaje es único, pero no estás solo en él. La neurodivergencia es una parte valiosa de la diversidad humana, y entenderla puede guiarte hacia una vida más auténtica y plena.